16 de abril de 2011

Situacional...

Mi salud en sí misma es todo un tema. Sin embargo, esta vez ni siquiera mi alto umbral de dolor resistió al bicho de gripe mutante que me contagié de mis pequeñines del centro donde hago pasantías. La verdad es que me hice la valiente, como siempre... pero esta vez el tiro salió por la culata, porque mi intento de aguantar la jornada completa de clases llevó a que las profes, los niños y los apoderados me vieran en condiciones paupérrimas. Siento que el último rato sólo di lástima, y puta que es desagradable esa sensación.
Ahora, creo que es peor cuando el malestar físico viene acompañado de malestar emocional. Nunca antes me había visto enfrentada a no tener a nadie que pudiera cuidar de mí. Hace tiempo que no estaba tan enferma como ayer, además. Y entre el dolor del cuerpo y el del corazón, me demoré como 10 minutos en abrir la puerta -porque me tiritaban los dedos, que estaban morados-. Esa maldita necesidad de dependencia, de requerir con urgencia a alguien que pueda ayudarte, pero no tener a ninguno de esos "alguien" lo suficientemente cerca, se manifestó en lágrimas. Y aumentó cuando intenté subir la escalera sin resultados. Sólo dejé de llorar cuando noté que iba a tener que sacar fuerzas de lugares inexistentes para algo que con frecuencia hago prácticamente por inercia. Lo logré, pero las lágrimas volvieron cuando me metí a la cama de mi mamá -el mismo lugar donde murió mi papá- y se me vinieron a la cabeza muchos recuerdos de los últimos momentos; volví el tiempo a los minutos más tristes y difíciles de mis diecinueve años, y me puse por primera vez, por completo, en el lugar de mi papi; nunca antes lo había vivido, por lo que la empatía era sólo basada en imaginación. Pero ayer fue distinto, estuve en el lugar donde él estuvo, sintiendo una mísera parte del dolor que él debe haber sentido, y fue horroroso vivir aquello. Lejos de quitarle dolor a mi corazón, lo empeoré y pasé todo el resto del día con fiebre, dolor de espalda y tórax, escalofríos y esperando un abrazo de mi mamá. Y muerta de hambre hasta cerca de medianoche porque cuando estás tan destruida en lo último que piensas es en comer. Sólo estás tú, la cama, y un silencio tan desagradable e interminable que serías capaz de vender tu alma al diablo si con ello consiguieras a alguien que acaricie tu frente esperando que se vayan las molestias.

Ya pasó gran parte del dolor físico... ¿y qué pasó con el emocional? Nada; sólo sigue ahí, como siempre. Pero ya llegará el día en que esas lágrimas con exceso de sal decanten en el mar... y yo vuelva a ser la de antes en cuanto al modo de relacionarme con los demás.

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