20 de abril de 2011

Blasfemias.

Ya ni siquiera recuerdo cómo o por qué terminé analizando tonteras respecto a Semana Santa. Siendo super honesta y a modo personal, lo más relevante de este fin de semana largo es que voy a buscar los huevos de chocolate que le escondan a los cabros chicos de mi familia, y quizás me quede con uno que otro como trofeo. Fuera de eso, el tema del momento es... que la carne está prohibida. Suerte que no me afecta porque no tengo gustos muy carnívoros a decir verdad. Y así, llegamos a la pregunta del millón: ¿porqué no se puede comer carne en Semana Santa?
Como la Biblia está lejos de ser mi libro de cabecera, y como nunca pesqué las clases de Religión ni de Doctrina Social de la Iglesia en el colegio, voy a arriesgarme con una teoría menos ortodoxa, pero no menos probable -considerando que esto de Jesús y sus cuentos es el primer Best Seller de la historia-: Yo creo que "Yisuscraist" era vegano. Eso explica su pinta de hippie con el pelo largo al viento, chalas y discurso peace & love. Y como todo fanático pro animal, usó la fecha en que se lo pitearon para difundir su campaña. Así se justifica también el porqué de la buena facha que le asignan en los libros de las Paulinas y en películas como Jesús de Nazareth. Ahora, si resulta que el Jesús de la pomá que nos venden es calvo -como lo pintó Dalí-, vamos a tener que asumir que se le cayó el pelo por falta de proteínas; es decir, culpemos a su veganismo también. Fin de mi teoría. No se aceptan críticas; si no le parece, arme su teoría propia.

¡Felices Pascuas a todos y todas! A los ilusos que le creen a la Iglesia, a los pechoños, a los malos católicos, a los que van a santificar estos días con un carrete, a los blasfemos, y a los niñitos y niñitas que se llenarán de caries gracias a los benditos huevos de chocolate (lejos el mejor regalo que Dios nos ha enviado). Amén.-

16 de abril de 2011

Situacional...

Mi salud en sí misma es todo un tema. Sin embargo, esta vez ni siquiera mi alto umbral de dolor resistió al bicho de gripe mutante que me contagié de mis pequeñines del centro donde hago pasantías. La verdad es que me hice la valiente, como siempre... pero esta vez el tiro salió por la culata, porque mi intento de aguantar la jornada completa de clases llevó a que las profes, los niños y los apoderados me vieran en condiciones paupérrimas. Siento que el último rato sólo di lástima, y puta que es desagradable esa sensación.
Ahora, creo que es peor cuando el malestar físico viene acompañado de malestar emocional. Nunca antes me había visto enfrentada a no tener a nadie que pudiera cuidar de mí. Hace tiempo que no estaba tan enferma como ayer, además. Y entre el dolor del cuerpo y el del corazón, me demoré como 10 minutos en abrir la puerta -porque me tiritaban los dedos, que estaban morados-. Esa maldita necesidad de dependencia, de requerir con urgencia a alguien que pueda ayudarte, pero no tener a ninguno de esos "alguien" lo suficientemente cerca, se manifestó en lágrimas. Y aumentó cuando intenté subir la escalera sin resultados. Sólo dejé de llorar cuando noté que iba a tener que sacar fuerzas de lugares inexistentes para algo que con frecuencia hago prácticamente por inercia. Lo logré, pero las lágrimas volvieron cuando me metí a la cama de mi mamá -el mismo lugar donde murió mi papá- y se me vinieron a la cabeza muchos recuerdos de los últimos momentos; volví el tiempo a los minutos más tristes y difíciles de mis diecinueve años, y me puse por primera vez, por completo, en el lugar de mi papi; nunca antes lo había vivido, por lo que la empatía era sólo basada en imaginación. Pero ayer fue distinto, estuve en el lugar donde él estuvo, sintiendo una mísera parte del dolor que él debe haber sentido, y fue horroroso vivir aquello. Lejos de quitarle dolor a mi corazón, lo empeoré y pasé todo el resto del día con fiebre, dolor de espalda y tórax, escalofríos y esperando un abrazo de mi mamá. Y muerta de hambre hasta cerca de medianoche porque cuando estás tan destruida en lo último que piensas es en comer. Sólo estás tú, la cama, y un silencio tan desagradable e interminable que serías capaz de vender tu alma al diablo si con ello consiguieras a alguien que acaricie tu frente esperando que se vayan las molestias.

Ya pasó gran parte del dolor físico... ¿y qué pasó con el emocional? Nada; sólo sigue ahí, como siempre. Pero ya llegará el día en que esas lágrimas con exceso de sal decanten en el mar... y yo vuelva a ser la de antes en cuanto al modo de relacionarme con los demás.

1 de abril de 2011

Reflexionemos.

Ya, empecemos... después de dos semanas de arduo trabajo, de muchas actividades y poco descanso, vimos como la cosecha rindió sus frutos -aunque específicamente lo que a mí concernía no logró tanto-. Es bonito, bien bonito a decir verdad, darse cuenta que el trabajo en equipo da tan buenos resultados si todos los que vamos arriba de la canoa remamos hacia el mismo lado. Miro para adelante, y creo que me gustaría tal nivel de unidad en donde sea que me encuentre, cada vez que luche por sacar a la luz un proyecto noble. Quiero que el día que tenga mi propia escuela experimental inclusiva, artística y popular, mis compañeros de labor sean un engranaje bien armado. Porque de verdad quiero que esa sea mi huella en este mundo; un cambio profundo en la forma de educar, que inicie en la utopía y que sea un ejemplo digno de imitar y mejorar... y me pongo monotemática, para variar. No puedo evitarlo, ese sueño hace que mi vida tome un curso, y todo eso sobre los que me conocen ya están aburridos de escuchar.
Pero no fue lo único que aprendí esta semana. Las tutorías de taller y ciertos cambios emocionales me llevan a un nivel altísimo de autocrítica, y llega el punto en que cuestiono desde lo que pienso hasta lo que no. Me dan esas semi-pataletas de divergencia entre lo que debo cambiar de mí y el no querer cambiarlo porque si lo cambio dejo de ser yo misma. Quizás sea porque las pifias de Pali son demasiado notorias y eliminarlas significa eliminar parte de la escencia de Pali. ¿Tendrá sentido hablar en tercera persona? Da igual, el punto es que soy lo que soy, con lo bueno y lo malo; a veces más de lo último. Hay actitudes, ideas vagas y cosas pequeñas que puedo mejorar, pero lo desequilibrada no puedo cambiarlo porque no quiero; ídem lo obsesiva. Ser semi-dispersa es primordial, y si algún día dejo de pensar tanto más de lo que puedo expresar con palabras (que usualmente en esas ocasiones bordean lo torpe), simplemente me voy a negro, porque no puedo vivir una realidad que no me pertenece. En conclusión, la imperfección es lo mío, así me siento cómoda, en la hiperactividad e idealización de la realidad que determinan mi mundo.