29 de noviembre de 2011

Engranajes rotos.

Hay veces que la vida nos obliga a trabajar en equipo para que determinadas cosas funcionen. No conozco en realidad a muchas personas con dificultades para ello. Mucho menos debería haberlas en mi carrera, una ligada tanto a la vocación como al compromiso y a la necesidad de las funciones conjuntas para que la máquina - en este caso el proceso educativo- avance como corresponde. Es por eso que no entiendo ese maldito afán de hacer todo "a tontas y a locas", como dice mi abuelita. Esa falta de disciplina para todo, me colapsa. Me da rabia, porque impiden cumplir objetivos, pero me da más pena, porque muestra una cara de las personas - incluso de aquellas que no esperas que te fallen- que no puedo hacer a un lado ni para el presente ni para el futuro. Y sin embargo, sobre todo cuando de las futuras profesionales de la educación se trata, me genera una ofuscación tremenda; unas ganas de no permitir que se titulen porque quien sabe a cuantos niños van a formar con mediocridad... unas ganas de decirles que se vayan a la cresta, que aprendan a separar realidad de ficción, que los infantilismos son contraproducentes, que con "cariño" no basta, y que las repercusiones traspasan la frontera de lo personal y cotidiano.

Al final, la ecuación es simple: En el ámbito donde se requiere de mayor nivel de vocación y habilidad, de una escalera moral tremendamente alta, y de una capacidad para proyectarse sin caer en falsas espectativas, abundan futuros docentes que carecen de todo lo ya dicho. Ellos, los que en definitiva no tienen dedos pa'l piano, van a seguir profundizando ese tremendo hoyo
social.

Y entonces pienso: Cuando un engranaje falla, hay que pensar hacia adelante. Si la falla no se arregla, entonces caduca. Parece que las personas imprescindibles existen; lástima que cada día sean más escasas.-