18 de septiembre de 2010

Dieciocho again

Hace 6 años que los 18 de Septiembre dejaron de ser mi festividad anual favorita. Porque hace 6 años que a esos días le falta la guinda de la torta. Y aunque oficialmente te fuiste un día diecisiete del nueve, yo lo supe después. Casi de las últimas, si no me equivoco. Sólo la fecha en que me provocaste tanto daño fue la excusa perfecta para odiarte los primeros mil días, contados con el calendario. Una muestra de narcisismo tremenda, absurda y que cada vez que recuerdo me parece reprochable, casi vomitiva.
Con el tiempo, he concluido -y asumo que mi idea puede tener mucho de errónea, según perspectivas ajenas- que ese "algo" que algunos osan llamar Dios, Inti, Energía, Buda, o whatever, tiene el afán de llevarse a los buenos primero. Para mí, eso es egoísmo desmedido, como la idiotez de odiarte por sentir que arruinaste mis fiestas patrias. Entonces, quizás sí somos hechos a imagen y semejanza de ese "algo" que nos creó... al menos, en cuanto a egoísmo se refiere.
Anoche, como ya se hizo tradición en mi mente, soñé contigo. Como decía, suele suceder en vísperas del día símbolo del patriotismo nacional. Pero anoche... anoche fue algo especial, porque no hubo uno, sino dos sueños en que el protagonista eras tú. Probablemente los bombardeos mediáticos constantes respecto al Bicentenario tienen algo que ver con mi sueño replicado. Já!
En fin. Anoche bailamos, como antaño. De fondo sonaban simultáneamente al menos tres cuecas, y una de ellas era tu favorita. Pero no bailábamos al son de aquella, porque se escuchaba demasiado lejos como para que pudiéramos seguir el ritmo. Como de costumbre, la gente se volcaba alrededor de nosotros a vernos zapatear; a ver cómo nuestros pies se elevaban hasta medio centímetro del suelo con cada son marcado, como solía decir la tía Silvia, del hogar de menores. Anoche reíamos. Te contaba de mi vida actual, mis penas y alegrías, y tú evitabas con tu risa que esos fantasmas con los que lucho hace un año tuvieran la dicha de hacer caer siquiera una lágrima por mi mejilla. Anoche nos abrazamos. Y desperté sintiéndome llena de energías, como si ese abrazo que sentí tan real me hubiera brindado la fortaleza de una cordillera completa. Anoche te vi de diecinueve años, no de trece. Pero tus rasgos eran tan reconocibles que incluso la cotona que llevabas con tu nombre bordado sobraba para reconocerte. Anoche no me hablaste, en ninguno de los dos sueños. Pero a decir verdad, no hubo necesidad de ello, porque el esquema místico de ambos sueños de anoche se hacía perfecto sin el sonido de tu voz.

Hoy, al despertar, recordé cómo nos conocimos. Y me di cuenta que a partir de ti puedo escribir un libro entero, idea que no me desagrada en lo más mínimo. Quizás algún día me lance a rescatar todo lo que vivimos. Quizás, eso es lo que mi subconsciente siempre ha querido, porque sin saber el motivo exacto, nunca antes de hoy he tenido la voluntad necesaria para escribir o contarle a alguien sobre ti.
Esta mañana, cuando hice memoria, tuve la agradable sensación que siempre que estaba contigo los días eran bonitos. Y no me refiero a lo experiencial, sino a lo climático. No recuerdo siquiera un momento juntos en que no hubiera brillado el sol, aunque estuviéramos en pleno invierno.
Me acordé también que cuando paseábamos por el patio de juegos del Verbo Divino, una niñita nos espiaba desde la casa del lado. ¿Como era su nombre? Me queda la duda si se llamaba Dora o Doris; sólo me acuerdo que le gustabas tanto, tanto, que hacía pataletas cuando nos veía a ambos riendo en el patio.
Recuerdo además que fuimos amigos por casi dos años y medio, hasta que te fuiste. Y que nos veíamos poquísimo, algo así como una vez cada dos semanas. Si la memoria no falla, la poca frecuencia de visitas se debía a que por una parte, a ti no te dejaban salir del hogar de menores; por otra, yo vivía lejos de ese lugar, y únicamente pasaba a verte cuando acompañaba a mi tía Elba al supermercado, y ella le pedía a su comadre, esa señora bajita y canosa que le cocinaba a los niños, que me cuidara un rato mientras hacía las compras. Me acordé recién que todas las veces, a la vuelta de comprar, la tía Elba llegaba con galletas para todos nos niños que vivían contigo, y para mi también. Nosotros nos comíamos las galletas con leche mientras las veteranas conversaban de su Cruz Roja, y luego tomábamos un taxi de regreso a mi casa cerca de las seis. No sé si será una jugarreta de mi mente, pero tengo la extraña (o no tanto) sensación de esos viajes en taxi con un nudo en mi garganta, a causa de nuestras despedidas frías. Creo no equivocarme si aseguro que nunca nos dimos un abrazo o un beso en la mejilla. ¿Verdad que se es tan pudoroso cuando niños?

Son las seis de la tarde en punto, y se me vienen de golpe esas miles de imágenes non gratas. Mi llegada al hogar vestida de huasa y con tu regalo de cumpleaños entre mis manos... siempre quise decirte que yo había escogido ese sombrero de fieltro gris para cuando algún día fuéramos juntos a bailar el esquinazo del aniversario de Coronel. La corona de flores a la entrada, y la tía Silvia, que te trataba como a un hijo, dando declaraciones a una carabinera poco amable que me sacó de un brazo hasta el patio. Los chiquillos del hogar, todos callados y vestidos de negro; uno que otro con una lagrimita que se le escapaba, pero que se apresuraba a secar porque había que mostrarse fuertes. Aún recuerdo a mi tía Elba que corrió a abrazarme y me llevó sin decir una palabra a La Selecta a comprar un barquillo enorme sabor plátano y bocado. Aún recuerdo que no entendía nada. Aún recuerdo que comprendía perfectamente que nada bueno podía pasar si había tanta gente triste en ese hogar, pero no lograba explicarme porqué faltabas tú, si era 18 de Septiembre y también era tu día favorito. Aún no sé porqué quisiste que esta historia tuviera ese final.

Por mi parte, la herida que dejaste sigue sumida en lo más profundo de mi alma. Por los primeros tres o cuatro años afloró cada vez que mi tía Elba, mientras estuvo en este mundo, decía "y yo que pensaba que ustedes se iban a casar algún día"...
Pero ya no te recuerdo con pena, Nito; y menos con dolor, porque aprendí que la vida es un ciclo cuya única certeza es el final común al que todos debemos llegar. Ahora, sólo espero que aguardes por mí en el cielo, aunque lo más probable es que yo me vaya a otro lugar. Ojalá la vida se encargue de reencontrarnos, del mismo modo en que una vez nos separó.

Te quiero requetecontra mucho, primer mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario